Desarmar la Historia para PC

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XXVIII Seminario interdiciplinario
Organizado: Ámbito María Corral, Fundación Carta de la Paz, Universitas Albertiana

No son pocos los países en los cuales subsisten heridas o brechas profundas y en los que su población sigue dividida sin haber llevado a cabo, un proceso de reconciliación lo suficientemente profundo, que permita el desarrollo armónico de la sociedad. Estas heridas se mantienen de manera latente en el imaginario colectivo y pueden reabrirse en cualquier momento, generando nuevos conflictos que aparentemente ya estaban superados u olvidados.

Los seres humanos somos históricos, es decir, que para empezar a ser, dependemos de la Historia. La mayoría de los conflictos que vivimos en la actualidad se perpetúan, precisamente por no observar esta evidencia: que si la Historia hubiera sido diferente –mejor o peor– el presente sería diferente y nosotros no existiríamos. La Carta de la Paz dirigida a la ONU, en su punto IV, señala: «Resulta fructífero conocer la Historia tanto como sea posible. Pero vemos, sin embargo, que no podemos hacerla volver atrás. Vemos también que, si la Historia hubiera sido diferente, mejor o peor, todo lo acontecido también hubiera sido diferente. Se habrían producido a lo largo del tiempo otros encuentros, otros enlaces; habrían nacido otras personas, pero nosotros no. Ninguno de los que hoy tenemos el tesoro de existir, existiríamos. Con esto no queremos insinuar que los males ocasionados por nuestros antepasados no fueran males reales. Los censuramos, los repudiamos y desde luego, no debemos querer repetirlos. La sorpresa de existir, facilitará que los presentes nos esforcemos con alegría, para arreglar las consecuencias actuales de los males anteriores a nosotros».

El pasado es irrevocable; pero a pesar de todo el lastre negativo que pueda tener la Historia (injusticias, insolidaridad, imposiciones, genocidios, etc.), nosotros somos el fruto directo de un conjunto de episodios históricos muy concretos. Podemos desconocerlos, podemos vivir en permanente conflicto con nuestra génesis, pero somos hijos de la historia. Todo esto, no niega nuestra personalidad y singularidad, pero la historia fue para nosotros, nuestra condición de posibilidad. Es un hecho irrefutable que a ella le debemos la existencia, aunque eso no signifique que seamos responsables de aquella situación, aún a pesar de ser uno de sus efectos directos. Más bien sucede lo contrario; algunos creen que si la Historia hubiera sido diferente, ellos habrían existido de una u otra manera. La evidencia queda ofuscada por la soberbia de ser; no entienden ni aceptan la contingencia del ser. Si descubrimos la existencia como el mayor bien que poseemos –puesto que sin ella no puede darse ninguno otro bien posible, como la vida, el amor, la amistad, la libertad, la paz– y aceptamos que somos seres históricos –fruto de esta historia concreta tal como sucedió y no de otra–, quedaremos inmunizados contra cualquier resentimiento histórico que pudiera colarse para hacer un mal uso o un abuso de la memoria histórica. Sólo entonces desearemos que nos muestren y enseñen nuestra historia de la manera más objetiva posible. La historia familiar, grupal, nacional…, con sus aciertos, errores e incluso con sus maldades e injusticias; porque todo toma otro cariz al tener en cuenta que sólo esta historia –y no otra– ha posibilitado mi existencia.

Esta aceptación dichosa de la Historia no implica, ni mucho menos, no reconocer que los males del pasado fueron realmente malos. Una cosa es la aceptación óntica [posibilidad de mi existencia] y otra, muy diferente, su aceptación ética. Es fundamental reconocer públicamente lo que ocurrió y lograr que las instituciones que tuvieron especial protagonismo en aquellas atrocidades, sean capaces de lamentarlo de una manera clara y diáfana y que, además, velen para reparar los males que se derivaron.